El día en que los paramilitares jugaron fútbol con la cabeza de un hombre negro

Por: Pensamiento Negro Becerra

La brutalidad tiene rituales, y en América Latina, la negritud ha sido su víctima predilecta. En las sombras de la historia, en los rincones donde el horror se vuelve cotidiano, hubo un día en el que la violencia no solo mató, sino que se burló de la vida misma. Fue el 25 de febrero de 1997, en Río Sucio, Chocó, cuando el cuerpo de Mario dejó de ser un hombre y se convirtió en un trofeo de guerra.

Mario era negro. Mario era líder social. Mario era un hombre que existía con dignidad en un país que, para los suyos, ha reservado la muerte como destino. Su delito fue ser lo que siempre quisieron exterminar: una voz negra alzándose contra la opresión.

Lo insultaron. Lo golpearon. Uno de los criminales—un soldado de esa milicia de la muerte llamada paramilitarismo—desenvainó su machete y desgarró su piel. Mario intentó huir, se arrojó al río como sus ancestros lo hicieron antes que él, buscando en el agua el alivio que la tierra les negó. Pero el río no era libertad, solo una pausa antes del fin.

“Si corres, será peor”, le dijeron.

Mario volvió. Extendió su brazo izquierdo, esperando quizás un resquicio de humanidad en medio de la barbarie. No lo hubo. Con un solo golpe, el machete cortó su cabeza. Sus brazos fueron cercenados. Sus piernas, mutiladas a la altura de las rodillas. Y entonces comenzó el juego.

Los asesinos tomaron su cabeza y la convirtieron en balón. La patearon de un lado a otro, como si el alma de Mario no habitara aún en ese cuerpo desmembrado, como si la memoria de su existencia pudiera desvanecerse entre risas sádicas y botas ensangrentadas.

No hay metáfora aquí. No hay exageración. Fue un juego macabro, un espectáculo de dominación donde el racismo no fue un mero accidente, sino el núcleo del horror. Porque no fue solo un asesinato: fue un linchamiento. Un acto diseñado para humillar, para recordar que en este continente, el cuerpo negro ha sido carne de matanza y objeto de desprecio.

Años después, Freddy Rendón Herrera, alias "El Alemán", reconocería la barbarie. Pero la confesión no trae justicia, solo confirma lo que siempre supimos: la muerte negra en América Latina es una muerte silenciada, justificada, olvidada.

No podemos borrar el componente racial de esta historia. No podemos mirar hacia otro lado. La cabeza de Mario no rodó en el suelo por casualidad. Rodó porque la estructura del poder en Colombia—y en el mundo—ha decidido que hay cuerpos que valen y otros que solo sirven para ser destruidos.

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