
El racismo es un sistema diseñado para agotar, un aparato que obliga a sus víctimas a cargar con el peso de una prueba interminable

Cuando Toni Morrison, esa escritora monumental cuya obra desafía el tiempo y el silencio, habló sobre los efectos del racismo, no escogió sus palabras al azar. Su afirmación de que "el racismo te distrae" encierra una verdad profunda, tan devastadora como reveladora. Morrison no estaba sugiriendo que el racismo deba ser ignorado o silenciado, como algunos han tergiversado, sino que desenmascaraba una de sus tácticas más insidiosas: el desvío de nuestra energía vital hacia luchas que nunca deberían haber existido.
El racismo es un sistema diseñado para agotar, un aparato que obliga a sus víctimas a cargar con el peso de una prueba interminable. Nos obliga a justificar, una y otra vez, nuestra humanidad, nuestra inteligencia, nuestro valor, como si fueran eternamente cuestionables. Es una maquinaria que opera en lo cotidiano y lo sistémico, que te arrastra hacia debates absurdos donde tienes que demostrar que existes, que importas, que mereces estar aquí. Esta distracción no es accidental; es intencional, una herramienta de control y dominación que consume nuestras energías y desvía nuestra atención de lo que realmente importa: vivir plenamente, crear, resistir, y construir mundos nuevos.
Morrison comprendía que el racismo no solo destruye desde fuera; también busca corroer desde dentro. Obliga a las personas racializadas a dedicar su genio, su creatividad, y su fuerza a desmontar argumentos que nunca debieron ser formulados, a responder preguntas que solo existen para sostener la lógica perversa de la supremacía. Este sistema no solo oprime; demanda que quienes lo sufren carguen con la tarea de educar a quienes lo perpetúan, como si la responsabilidad de reparar la injusticia pudiera recaer en sus víctimas.
Pero hablar de racismo, como lo hizo Morrison, no es sucumbir a esta distracción, sino enfrentarlo de frente, desnudando su mecanismo y negándose a participar en su juego. Es usar la palabra como arma, como puente, como luz que revela las grietas del sistema. Es transformar el dolor en crítica, en resistencia, en creación. Es recordar que, aunque el racismo busque consumirnos, no logra definimos.
Morrison no pedía silencio; exigía lucidez. Nos invitaba a ver el racismo por lo que es: una estrategia de desgaste que, si no la desactivamos, seguirá exigiendo nuestra energía, nuestras palabras y nuestra vida misma. Y en esa lucha por desenmascararlo y superarlo, está el acto más radical de todos: imaginar un mundo donde esa distracción ya no sea posible, donde la humanidad no sea un asunto a debatir, sino una realidad indiscutible.
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