Esta dificultad para criticar sin recurrir a adjetivos o insultos racistas es también un reflejo de la incapacidad para reconocer el peso de la historia
La dificultad de criticar a una persona negra/afro sin incurrir en racismo radica en las profundidades históricas, sociales y psicológicas que conforman el racismo sistémico. Este fenómeno, tan enraizado en las estructuras de poder, atraviesa la sociedad desde su misma formación colonial, y sigue vigente en el presente a través de formas explícitas e implícitas.
Consideremos el caso de figuras públicas como la vicepresidenta Francia Márquez o futbolistas como Jhon Durán, quienes, al igual que muchas personas negras, somos objeto constante de ataques que no pueden ser separados de un trasfondo racial. El racismo anti-negro está tan naturalizado que incluso periodistas publican columnas como "Negros de mostrar y negros de esconder" o refuerzan estereotipos denigrantes comparando a personajes negros con figuras caricaturescas como Memín. Estas críticas, revestidas de una supuesta neutralidad, son en realidad expresiones de un racismo estructural que se filtra tanto en el lenguaje como en las intenciones.
El problema no radica únicamente en el acto consciente de racismo anti-negro, sino en el entramado ideológico que hace que el racismo aflore como una respuesta casi automática. ¿Por qué? Porque el mundo White ha construido a lo largo de la historia una imagen deshumanizada del negro. Nos han relegado al lugar del "otro", del subordinado, del ser a quien criticar implica no solo señalar una conducta, sino descalificar una existencia.
Esta dificultad para criticar sin recurrir a adjetivos o insultos racistas es también un reflejo de la incapacidad para reconocer el peso de la historia. Quienes critican desde esa posición ignoran que detrás de cada palabra cargada de desprecio hay siglos de explotación, violencia y despojo. Ignoran que llamar "negro de mi***" o escribir columnas racistas no es
simplemente un acto individual, sino una perpetuación de un sistema que busca mantenernos en el margen.
Es necesario, entonces, deconstruir el lenguaje y las ideas que sustentan este racismo estructural. Es preciso que quienes se permiten criticar a las personas negras examinen desde dónde lo hacen, qué historia sostienen sus palabras y qué imaginarios perpetúan. Porque no es la crítica lo que rechaza el pueblo negro, sino el racismo disfrazado de opinión, la deshumanización disfrazada de análisis, y el desprecio disfrazado de neutralidad.
Nosotros, los condenados de la tierra, merecemos algo más que críticas impregnadas de odio. Merecemos una sociedad capaz de vernos como iguales, no como objetos de juicio o desdén.
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