
Hablemos de bell hooks como se debe hablar de quienes han aprendido a esculpir verdad en el mármol del silencio impuesto

Hablemos de bell hooks como se debe hablar de quienes han aprendido a esculpir verdad en el mármol del silencio impuesto. Porque nombrarla no es solo un acto de memoria, es una insurgencia del espíritu. Gloria Jean Watkins —quien eligió el nombre de su bisabuela para firmar con humildad radical y rebeldía tipográfica— no escribió desde la comodidad del mármol académico, sino desde la herida abierta del ser negro en un mundo que no ha dejado de negarlo. Nacida en el corazón de una América segregada, hooks no se limitó a señalar los barrotes del racismo, sino que los descifró, los desarmó palabra por palabra, con la tenacidad de quien sabe que la pedagogía puede ser una forma de desobediencia amorosa. En su prosa, la violencia estructural no era abstracta, era carne y calle, era cuerpo negro al que se le negaba el amor, la ternura y la humanidad. Y aún así, ella insistía: “Todo sobre el amor.” Como si en ese gesto radical —amar, nombrar el dolor y denunciarlo— se cifrara la posibilidad de lo imposible: vivir con dignidad bajo el peso de una historia que nos fue impuesta como destino.
Su pensamiento, que lleva la textura de la sangre y la lucidez del relámpago, converge con la furia clarividente de Frantz Fanon, quien ya nos había advertido que el colonizado no solo lleva cadenas en las muñecas, sino también en el alma. hooks entendió que el racismo no es solo una estructura externa, sino un veneno íntimo, una sombra que se aloja en las pedagogías del hogar, en las políticas del deseo, en los mapas del amor. Su crítica a la supremacía blanca no fue simplemente un rechazo; fue una reescritura del mundo desde abajo, desde las grietas. Porque para ella, como para Fanon, la lucha no era solo contra la opresión, sino por una nueva forma de ser en el mundo, más allá del dominio. Decir su nombre —*bell hooks*— es asumir el compromiso de escuchar el dolor del otro, de desnudar las mentiras del privilegio, y de construir, desde la cicatriz, un nuevo porvenir. Uno donde el amor sea también una praxis revolucionaria.
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