
No soy tu negro

Por: Pensamiento Negro Becerra
Cuando entro a un espacio y saludo, no es extraño que un White responda con un “Hola, mi negro”, como si la negritud fuera de su propiedad, como si lleváramos un letrero invisible que implorara su familiaridad. Y cuando le digo que mi nombre es John, que no soy su negro, abre los ojos sorprendido y replica: “Es por cariño”. ¿Quién te pidió cariño? ¿Desde cuándo la negritud necesita tu benevolencia o validación? Ese “cariño” no es más que la máscara amable del racismo, la forma en que lo cotidiano normaliza la dominación. Nos dicen que es una expresión afectuosa, pero la afectuosidad no se traduce en justicia. No hay cariño cuando a los negros nos niegan el derecho a la ciudad, cuando nos excluyen del empleo digno, cuando la justicia es una promesa lejana. No hay cariño cuando un restaurante nos cierra las puertas, cuando un cartel de llegar especifica “No negros”, cuando el sistema nos persigue con políticas que nos hostigan por existir. No es cariño, es una violencia edulcorada, un puñal envuelto en terciopelo. Cavani lo supo cuando la Premier League lo sancionó por llamar “mi negro” a alguien. Pero en América Latina, el racismo se disfraza de ternura y se excusa en la cultura.
Detrás de ese “mi negro” se oculta un orden que subordina la negritud, una estructura que nos define no como sujetos sino como pertenencias, como categorías disponibles para su clasificación. Nos dicen que aquí solo hay clasismo, que el racismo es un fantasma importado, pero la realidad es otra: a un blanco desconocido se le llama “señor” o “señora”, mientras que nuestra negritud se convierte en un permiso para la familiaridad forzada, para la reducción a lo exótico, a lo servil, a lo inferior. No es casualidad. Es un engranaje dentro de un sistema más grande, donde la Real Academia de la Lengua, en su trono colonial, legitima estas jerarquías con su poder supremacista, donde las palabras son armas que perpetúan la deshumanización. Nombrarnos sin nuestro consentimiento, apropiarnos de nuestra identidad con la excusa del afecto, es solo otra forma de dominación. Porque el verdadero cariño no despoja, no rebaja, no niega derechos. El verdadero cariño empieza por reconocer nuestra humanidad, sin posesión, sin condescendencia, sin el peso de la historia que nos sigue llamando de todo, menos por nuestro nombre.
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